viernes, 29 de agosto de 2008

27 DE AGOSTO DE 1950: UNA JORNADA PARA SENTIR EL PESO DEL MUNDO Y EL VERTIGO DEL VACÌO DEL ALMA

PARA RECORDAR A CESARE PAVESE

El 27 de agosto de 1950 este Poeta piamontés decide poner fin a su vida y lo hace con una sobredosis de pastillas: Cerró así una vida particular, la suya, pero también nos privó de toda palabra que podría venirnos de su poética: Literaria y de la tierra. ¿Qué quiero significar con esto último? Me explico. Para todo aquel que ha leído toda su obra o gran parte de ella sabe que se trata de un sólo texto abarcador pero presentado en varias novelas y extendido en no pocos de sus poemas, además de sus ensayos vertidos en Diálogos con Leuco y en El oficio de poeta. Conocemos de la presencia permanente de las "verdes colinas" en cuyo valle se sucedían los personajes pavesianos, de una fiesta a otra y nunca decididos a poner pleno pie en la ciudad: Campesinos obstinados, segadoras resignadas, bandidos furtivos, estudiantes crónicos, toscos analfabetos, jóvenes enamoradizos, mujeres fáciles, que poblaban los puebluchos cercanos a las parcelas cultivadas que daban vida y que alimentaban a los hombres y les quitaba la vida también.
Creo haber leído lo suficiente de la obra de Pavese como para arriesgar que su pensamiento no era arcádico y al mismo tiempo afirmar que si algo añoraba era cierta dimensión mitológica de la vida campesina: Allí donde el Mito hallaba lugar y se extendía renovándose a diario en y con ciertos gestos de las distintas manifestaciones de vida en comunión con la tierra y con la naturaleza.
Aún a riesgo de pecar de reduccionismo especulo aquí que la obra y el pensamiento de este humanista está compendiada en su poema titulado Mito. Éste es el modo de homenajearlo, mi modo, en estos días y a propósito de la fatal fecha de su última noche en Turín, en el mundo: entre nosotros.

MITO

Llegará el día en que el joven dios será un hombre,
sin pena, con la apagada sonrisa del hombre
que ha comprendido. Incluso el sol se mueve, lejano,
sofocando las playas. Llegará el día en que el dios
ya no sabrá dónde estaban las playas de antaño.

Se despierta una mañana en que ha muerto el estío
y en los ojos aún alborotan resplandores,
como ayer, y en el oído los fragores del sol
hecho sangre. Ha cambiado el color del mundo.
La montaña no alcanza ya el cielo; las nubes
no se apiñan ya como frutos; no se vislumbra
ni un guijarro en el agua. El cuerpo de un hombre
se inclina pensativo, donde un dios respiraba.

Se acabó el sol radiante y el aroma de tierra
y la calle en libertad, coloreada de gente
que ignoraba la muerte. No se muere en verano.
Si alguien desaparecía, quedaba el joven dios
que vivía por todos e ignoraba la muerte.
Sobre él la tristeza era una sombra de nube.
Su paso asombraba a la tierra.

Ahora pesa el cansancio sobre todos los miembros del hombre,
sin pena: el cansancio apacible del alba
que inaugura un día de lluvia. Las playas nubladas
no reconocen al joven, a quien antaño bastaba
con mirarlas. Ni el mar del aire revive
con su respiración. Se inclinan los labios del hombre,
resignados, para sonreír ante la tierra.

(De, Trabajar cansa)

No hay comentarios: